Globo aerostático del Domingo.

Poco mejor hay qué sentir el viento de lleno en el rostro, sentir moléculas invisibles que no te dejan abrir los ojos, que te secan la lengua, es comer helado, es viajar a medio día en el auto familiar, y flotar e intentar tragar todo ese aire, abrir la boca y sentir que se seca, cerrarla con una gran bocanada de aire, y el sol dando en la pupila como una mancha roja de alegría, el aire se escapa, yo siempre pienso que por los oídos es donde sale todo ese aire.

Es día de partido, de gustosos tacos y una carne asada, sonrisas vuelan por doquier y una casa repleta de primos, tías, de fútbol Americano, de sabor a que si volteo al cielo veré una nube sola, resistiendo al sol que se parece al de los dibujos, un amarillo y una corona, yo no sé, pero este cielo me sabe a helado, un helado de cielo.

Se queda la tarde y también las charlas de la abuela con mamá, se queda por otro lado un libre descanso en el sofá con una bolsa casi repleta de nueces sin partir, y la engrapadora que cascanuecea para mí, la tele sin sonido, sin imagen, apagada y perfecta, la tarde cae como un hombre en paracaídas en mi mente, y me hace flotar por las habitaciones, por las casa de los vecinos, aproximándome a las ventanas y observar esa convivencia de domingo, la gloria de la sin angustia, de la despreocupación por un día siguiente, porque ahí está el límite entre el mañana y el ayer, porque ahora me desprendo del suelo y soy globo aerostático.