De ese andar.
De qué sirve la belleza si se vive con hambre.
De qué sirven los grandes inventos del hombre, la alta definición, los
teléfonos inteligentes, si las grandes enfermedades arrasan la vida.
De qué sirve la protesta, cincuenta años de gritos en las calles, de quemar
sostenes, de pegar pancartas, de pedir paz y un alto a la guerra, si nuestros
bolsillos miserables siguen abonando la maquinaria del imperio.
De qué nos sirve la carcajada y el placer, cuando en nuestros rostros es
escupida la miseria callejera, la pereza indisciplinada de los holgazanes que a
nuestras espaldas viven, que frente a nosotros no paran el descaro de su
ambición.
De qué sirve preguntarse, el raciocinio, la inteligencia, el libre albedrío,
la abundante fe de tantas iglesias, si frente a las verdades preferimos ser sordos,
frente a la realidad preferimos ser ciegos, si frente a la acción demandante (de
la poca moral que nos queda) preferimos ser inválidos, pretextando cualquier posible
daño colateral.
De qué vale una queja más.
¿De qué vale?
Declarado sin valor, comienza la vida verdadera; donde no hay más que perder,
comienza el camino certero; en ese punto de miseria absoluta, de hambruna
total, de desolación, de abandono, de depresión, de hundimiento, allí se da el
primero de los pasos de ese andar llamado
voluntad.
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