Extraño presentimiento.
Entrada
la noche llegué a la habitación. Abrumado por el cansancio tomé la perilla
entre mis dedos y la giré para abrir la puerta.
La
vi acostada sobre la cama, su pelo rizado y largo cubría su cara, la sábana tapaba
apenas la mitad de su pierna, ella roncaba con suavidad.
Me
acerqué sin hacer ruido, me recosté a su lado, acaricié su pelo, olí su cuello,
besé sus hombros, acaricié su pierna, su cadera, su abdomen, luego mi mano se
sumergió entre su bello, subió hasta su pecho, rozó su labio, fue directo al
centro, al calor de sus adentros, un gemido suave retumbó en las paredes con
su agudo sonido de satisfacción.
Desperté
de mañana, aún estaba vestido, el sol entraba por la ventana dejando ver una
sábana derramada en el suelo, una cama fría, una habitación desolada.
Lo
supe entonces, tanto como ahora lo sigo sabiendo.
Comentarios