El silencio no.
Los gritos desde la
selva, los gritos de inocentes desde la profundidad de la bruma. El grito de
los inocentes en las calles, durmiendo en bancas de piedra, el grito ahogado,
porque desde la mirada reseca de la mañana se puede gritar de los mendigos tachados
de millonarios -nunca se ha visto un millonario tachado de mendigo tan
expresamente-. El grito ahogado de madres e hijos, padres y hijas, los
cadáveres que quieren decir su nombre dentro de un tráiler que se pasea por las
calles de Jalisco, el grito de la desesperanza, un grito por la paz y el grito
de la rabia en ocasiones se co-funden, se vuelven un solo alarido, el grito
(porque a su forma debe de expresarlo, aunque sordos a ello nos comportemos) de
la última hembra, el último macho de una especie ahora extinta.
Tantos
y tantos gritos, pero ese grito no viaja por la banda ancha, no pertenece a la
programación, no se premia cada año, ese grito no aparece en la voz, no es
publicado, posteado o tuiteado, porque el grito es real y no virtual, la acción
es real y no virtual, como vida y muerte, la realidad grita lo que en el aire
se respira, la ira en la desesperación, el odio en el corazón. Pon atención, la
verdad se respira, se tose, se sufre.
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