A lectores.

Cruje un árbol a orillas del río, la fuerza de un pensamiento lo lleva hasta el aserradero, cortado, mutilado y pulverizado se convierte en una pasta uniforme; junto a aquel río a kilómetros bajo la colina se secan largas mantas de sangre teñida de blanco, se cortan en trozos alineados, cuadros delgados colocados unos sobre otros, se perforan un poco más y luego son enganchados con una helicoidal fría y áspera de metal, de nuevo el pensamiento lo lleva a kilómetros del río.

Una mañana dulce en que los ojos se miran lagañosos[?], y la pared verde empolva garabatos de una tiza chirriante, multitud de palmas aplastan colores pálidos e intangibles sobre el cuerpo y corazón de un viejo derrotado por el olvido de un escrupuloso sistema de adiestramiento conductivo.

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