Los soñantes.

Unas escaleras vacías, el campo de la soledad cubierto por una la luz parpadeante, basta sólo un silbido y un zumbido de los pistones neumáticos abriendo doce puertas simultáneamente para desbordar  una masa inerte de somnolientos hacia el espacio antes cubierto por polvo y huellas del desgaste.

Los pasos coordinados de aquellos que codo a codo caminan buscando abrirse espacio para respirar un poco, que a cada pestañeo buscan encontrar el sueño perdido, aquel donde los campos florecen, el mismo que figuran antes de salir, mientras seguían cómodos en sus asientos de plástico manchado por el tiempo, del uso de mil y un individuos.

Así cuentan sus horas, en ese va y ven de disculpas, gritos inoportunos y marchas forzadas hacia un día más, reflejándose en un solo espejo, creyendo que algún día podrán salir del subterráneo, volverán a ver la luz y entonces no regresarán a pisar las sucias lozas de la monotonía.


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