El ser del deseo.



No se puede sufrir por algo que no se ha tenido, tampoco se puede desear aquello que no se conoce, o ¿Será que sí?

Será que la imaginación basta para vivir, será que las imágenes que se toman prestadas de las películas y la televisión tienen algo de ciertas, algo de verdaderas.

Y si es así, si la imaginación basta para tener una vida o cientos de vidas, si el deseo es el esqueleto metafísico de la vida, si hay algo que motive al cuerpo a moverse, y eso no se encuentra en la realidad inmediata, no se palapa, no se siente, entonces, el alma no está en el ser, sino en el querer ser.

El niño que vuela en el columpio siente la vida pasar por su pelo, siente un cúmulo de mariposas colmándole el estómago hasta llegar a la garganta que se anuda y se desenreda en cada ir y venir de ese columpio. ¿Dónde está su alma? ¿Está en aquellas piernas que se encogen y luego se sueltan, en aquella cadera que se dobla y desdobla para darle impulso? ¿Dónde está el alma?

No será que su alma se encuentra en ese instante casi inapreciable en el que él desea volar más y más alto, darle la vuelta al mundo en el próximo impulso, y allí en las sensaciones se mezclan con la ambición, la ambición de subir y bajar una vez más.

Porque cuando se es lo que se quiere, se deja de querer ser, se pasa del deseo a la realización, a la bastedad inmediata, se agota el ser en su querencia.

Entonces, somos tanto deseamos y dejamos de ser cuando alcanzamos.

Yo para mí, soy cuanto deseo, yo para otro soy el reflejo de lo que desea ser. Soy en tanto represento para ese otro algo que desea ser o el objeto de su deseo.

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