Los que se van siendo llevados.
“Me sentía lejos
de vos” leyó en la carta. Ella no sabía que el argentino estaba por allí, y que
la casa también estaba atestada de cucarachas, así que por las dos razones huyó
del lugar. Caminó hasta la cuadra Sotomayor, la plaza en su maleza asfáltica le
hizo rechinar los huesos con el temor de ser asaltada y violentada, la noche la
absorbía igual que su imaginación, igual que la droga consumida horas antes (cuando
aún era media noche), este momento —se preguntó— le pertenece al día o a la
noche, si ahora me encontrara a una viejecilla por la calle —se volvió a
cuestionar —y tuviera que ser amable con ella tendría que decir “buenos días o
buenas noches”, ¿Tendría que regresar corriendo a casa con el argent o quedarme
en la calle a dormir? —anduvo un par de cuadras más, la plaza iluminaba con
grandes faroles un quiosco donde dormían los dueños de la penumbra y la
desolación matutina, se sentó a un lado de ellos, todavía no sabía si estaba
allí por el calor o por la sensación de compañía, esa respiración que iba y
venía desde los corazones agrietados de quienes merecen la ciudad porque son
los verdaderos dueños. De momento fue atrapada por un olor que mas que serle
repugnante la acercó a la idea de una vieja casa, entonces pensó en su hermano
y hermana, quería ir con ellos, acostarse esa madrugada allí en la casita de
pueblo, de ladrillos rojos y de macizo amaranto desquebrajado, quería ver de
nuevo a su hermano y a su hermana, pasar el brazo a través de sus espaldas,
quedarse quieta, lánguida, en otro tiempo, en otro suelo. Allí acostada pasó el
resto de la madrugada, sus hermanos, un par de bolsas color negro que identificó
al amanecer no se despidieron de ella al abordar el camión de basura, cuanta nostalgia
—se dijo —igual que la última vez.
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