Pesía.

A quién le importa la poesía, si somos dos virtuosos, uno en cada esquina, que celosos se miran y admiran, que no luchan y sólo meditan; a quién le importa la poesía, si hay música, alcohol y orgía, si el mañana es un engaño y del hoy ni se diga, a quién diablos le importa la poesía, que se lee y se tira, que son palabras ni siquiera dichas, y que en el mejor de los casos, uno mira y arrumba en el cajón de la cocina.

Si la poesía no abre muros, destruye paredes o derrumba murallas; que la poesía no es boleto de lotería, una rifa premiada o la octava maravilla; si la poesía no canta, no habla, ni habita; la poesía, temporal alegría, no es más que polvo llevado por el viento, o viento mismo, que apenas roza el oído ha desaparecido; pues la poesía no deja nada más allá de un suspiro, la luz de un alegre atardecer marchito, la luna llena, azul, redonda, que en cielo muere cada noche, si la poesía no es más que una metáfora de la vida misma.

A quién le importa la poesía.


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