Materia del pasado
En ocasiones, quizá en todas las
ocasiones a mi disposición me preguntaba si no era que la vida llevaba otra
cosa por debajo, una vida ulterior, un juego debajo del juego de la realidad,
es decir, que todo estuviera compuesto tan solo de mi pensamiento y nada más.
En la secundaria leí a Descartes,
quizá de allí venga la palabra descartar, puesto que lo primero que me pasó por
lamente al terminar sus meditaciones fue que yo no era el único que pensaba
así, detrás, todo un entramado de personas desde hace cientos de años ya habían
tenido esa idea, y la habían resuelto hacia el camino donde existe algo más que
el fenómeno del pensamiento.
Tendré que retroceder un poco, me
da la impresión de que todo empezó antes de la secundaria, cuando la vida y el
sueño se parecen tanto que la ruptura entre uno y otro resulta banal. Una
cierta inconsciencia acompaña la primera niñez, allí donde despiertas creyendo
que estas comenzando un sueño, y la madrugada viste más verdad que el amanecer.
Allí en ese primer encuentro, y
en esta débil memoria de otro tiempo, allí encontré el valor de las primeras
cosas, encontré el valor de un primer chapuzón en el agua, ahora que me parece
extraño debí de haberlo soñado, un chapuzón en un lago, agua clara, sabor dulce
en los labios, árboles creciendo frondosos a mi alrededor, una foresta
completa, camino de bicicletas, una sonrisa despreocupada en los labios.
Recuerdo a Ro, ella profería las
palabras de una voz dulce que rompía el hielo con dos dientes enormes al frente
y yo lo recuerdo como si hubiera sido un sueño, como si Ro hubiera desaparecido
en el tiempo y yo estuviera ahora vistiendo el recuerdo con culpa, con autocompasión.
Y qué raro que no sea un sueño, o
que no haya sido un pensamiento, porque recuerdo que de niño caí en un árbol, y
tal como recuerdo a Ro, entre neblina de otro tiempo, la cicatriz sigue en la
frente, prendida entre una ceja y otra, allí a la mitad, para recordarme que no
hay fenómenos del tiempo que no dejen huella y cicatriz.
Y qué extraño, el tiempo no
pasaba como hoy, no había tecnología, al menos no en mi sueño de aquel momento,
había árboles, carreteras de tierra, viejos autos de tíos campesinos, y en un retroceso,
ahora a mi avanzada edad, me parece casi imposible que aquello haya existido,
me parece imposible que Ro se haya extraviado, si parecía que estaríamos juntos
bastante tiempo, por lo menos la duración de la eternidad —hasta que se acaben
las nubes— dijimos aquel día tirados a un lado del lago, después de nadar y
reír hasta el agotamiento.
Me parece que hay más nubes que
antes, y me parce que entre tantas nubes aún puedo sentir que esto es un sueño,
el sueño roto de autos que no vuelan para mí, y una fabricación culposa en la
que no puedo traer a la vida a Ro, padezco una desesperación y una adicción tan
violentas, las noches se alargan para mí, hasta el amanecer y soy culpable, tan
culpable como no sostener las nubes por la eternidad, por no ser el atlas de
ese mundo casi perfecto.
Ahora cargo otro peso sobre los
hombros, me pesa la decadencia de un pueblo hecho de campos de maíz, de largas
filas de pastos y animales yendo y viniendo, de montañas humeantes que a la
distancia despertaban toda especulación y toda imaginación posible. Ahora hay
una decadencia de imaginación, ahora hay altos edificios y un humo que cubre la
nebulosa ciudad, ahora cada vez que despierto me pregunto si no es que este es
el sueño terrible de un hombre inconsciente, o es el despertar de un niño que
soñó.
De las amplias filas de basura que
se apilan en mi diario caminar, no veo a niños tomado de las manos, no veo a
niños más, en este juego me hayo imposibilitado de encontrar sentido, de ver
una nueva cara del mundo, y ahora miro los autos, y los bares, las noches
pasar, mujeres casi desnudas en las esquinas, iglesias pervirtiendo las mentes,
lo que no sabía, palabras que nos sabía ahora se impacta violentas en mi mente,
palabras como pervertir, dominar, controlar, gobernar, votar, democracia,
imperialismo, consumismo; palabras como televisión, noticiero, verdad. Tantas y
tantas cosas que no significaban nada ahora parecen significarlo todo.
Pero no olvido el sueño, o la
realidad de otro despierto, allí donde no hacía falta dinero para sentir el
corazón latir, un mecate, un rio, un chapuzón, la vida era eso, la vida era esa
otra cosa.
Hoy me pregunto si no es que todo
esto es una pesadilla, me parece más falso que mi recuerdo, más falso que todo
posible futuro; al llegar a la universidad me enteré que el pasado y el futuro
estaban hechos de la misma materia que el presente y que todo —como descartes
pudo imaginarlo— era un fenómeno mental. Hoy me doy cuenta, hoy me niego a
creer en esta pesadilla.
Me recuesto, cierro los ojos, la lluvia
inunda una ciudad oscura, el agua sobre mi cara, el viento agita el último de
los árboles de esta calle, y allí puedo sentir en mi mano la mano de Ro, el
tiempo detenerse, el fin del sueño.
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