Pensar el cambio.
Desentramar esas largas cadenas que atan en complejidad lo
que es sencillo, el cambio que debería generarse pasa a otro estado, las ideas
se mezclan y se pierden hasta que no hay más camino que la negación.
Entre tantas horas tirado en sofá, luego de explorar los
canales de la comunicación, de verter horas y horas entre personas, entre ideas
y comentarios, quizá lleguemos a la conclusión de que todo parece igual, de que
no hay ningún cambio que pueda servir: se llega a la idea de que no hay nada
que pueda modificar el actual estado de las cosas.
Pero ¿No es el actual estado de las cosas una enfermedad, un
monóculo que nos obliga a mirar una perspectiva cerrada, los mismos resultados,
un mismo entramado?
¿Cómo escapar a la desesperanza causada por la palabrería,
aquellas que suenan a todos los oídos igual? Buscamos un salvador, queremos que
alguien venga a rescatarnos, de fuera pero igual a nosotros; no nos damos
cuenta que la miseria es algo de lo que se debe de escapar con dolor, con
sufrimiento.
Estamos tan acostumbrados, tan temerosos de los movimientos
que vienen con los colores del fraude. El temor al dolor, al sufrimiento, al
esfuerzo que pesa; estamos acostumbrados a mover y acceder al mundo a través de
un dedo, de un botón, desde la seguridad del sofá mientras cambiamos de canal,
entonces pensamos que el cambio se está dando: desde una casilla, desde el
asiento, desde el costumbrismo laboral; pensamos que ser buen samaritano y un
trasformador está determinado tan sólo por la separación de la basura, por un
gesto educado en el día a día, el vegetarianismo, el reciclaje. Pensamos que la
realidad será mejor siendo costumbre y educación, que lo mejor vendrá día tras día, así
nada más.
Y habría que darse cuenta que todos los destinos y los
caminos al final tienen algo de miserable, no todos pueden estar en la cúspide,
así como no todos pueden estar en el más bajo de los estados, entonces ¿Por qué
pensar la utopía? ¿Por qué pensar que hay un orden alcanzable?
¿No será que todos los órdenes son asimismo un desorden para
el otro?
¿No será que todas las opciones a nuestro alcance son al
mismo tiempo la peor y la mejor de las opciones según el lente con el que se
mire?
¿No será que todas las democracias tienen algo de dictaduras y, en contraparte, todas las dictaduras encierran un rostro democrático?
Imaginar una realidad mejor está al alcance del ser
cotidiano, mundano y pasivo. Crear una realidad mejor—distinta— tiene un precio
que pocos están dispuestos a pagar.
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