Notas breves para antes de dormir.
¿De qué estás hablando?
Para ser cierto, habría que ser verdadero, para ser creible
y entendible se tienen que escribir las palabras claras, las frases en las que
todos se entienden, las mismas que todos entienden.
Una persona en su común vida, puede entenderse con una
cierta responsabilidad hacia la riqueza, la riqueza en todos sus tipos, pero
cualquiera, si no es que todos, quieren alcanzar la cúspide y ser los mejores,
retarse a sí mismos a sobrepasar esa barrera.
De verdad, ¿Cuál barrera? Si los más pequeños entre los
minúsculos, aquellos fieles al costumbrismo de su profesión, han logrado hacer
y trascender más de lo cualquier moderno podría. Y allí hay grandes
personalidades del siglo XXI —podrás decir, pero esas personalidades son de
papel, son tan efímeras como su trascendencia en este mundo, y su mito, que ha
sido elevado a nivel sagrado, es un invento de las noticias que juegan un papel
volátil, un papel irrelevante ante la masificación del resto.
No hay muerto que frene a este mundo, que lo detenga por tan
solo un segundo para permitirle el respiro, ya no; porque no hay persona que
sea libre de darse ese segundo de respiro, de pronto un mensaje te aterriza en
el mundo de las tareas infinitas, una necesidad social te llama desde el fondo
de tu ansiedad y desesperación para tomar el primer objeto tecnológico a tu
alcance y comunicarte, con quien sea, de lo que sea, no tiene mayor relevancia,
tal cual las drogas, tal cual una vida líquida que se diluye entre las rendijas
del tiempo.
¿Será que nunca ha habido algo trascendental? Y entonces el afán
de trascendencia podría ser un invento del siglo XXI, una visión con la cual se
puede proyectar la dolorosa existencia humana, para eso, para acallar el
absurdo de la muerte, para clamar entre todas las posibilidades la posibilidad
de la imposibilidad, vencer a la muerte en la trascendencia, porque aún esa
podría ser una posibilidad.
En una sociedad que tiene como constante su dilución en el
círculo acelerado de su temporalidad, en una sociedad donde el valor de un
árbol iguala el valor de una bolsa plástica, donde es más importante consumir
que guardar la tranquilidad, donde la ansiedad se combate con paseos exóticos,
con alcohol, con comunicación social, en una sociedad tan volátil, tan
explosiva, tan acelerada, tan consumista (en múltiples sentidos) ¿Cómo puede
perseguirse la riqueza? ¿Cómo puede creerse aún en la trascendencia? ¿Cómo se
puede creer en el éxito? Si todo ello está más muerto que el mismo Dios.
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