Para cuando aprendas a leer.

Sí, me declaro culpable en aquella noche, de representar la abismal diferencia entre saber y dudar, también me declaro culpable de sembrar el pánico, de llevarte hasta ese otro lado, aquel que no comprendes, y que en una visión limitada por el desarrollo natural de tu cerebro no comprenderás en un largo tiempo. No juego a las cartas o los dados esperando la buena mano y el número ganador, duermo en la inevitable codicia de eso que me deja las manos con sabor a sal, la culpa revolcándose en todo su esplendor, la caricia del demonio en mi interior.

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