La elegancia de ser.


Intentamos sostenernos de la verdad el mayor tiempo posible, intentamos sostenernos de la realidad (¿Cuál realidad?), intentamos sostenernos de los objetos que nos rodean, de los que creemos ser dueños, intentamos sostenernos de cualquier persona,  de cualquier recuerdo, de cualquier pretexto, de cualquier imagen esperanzadora con miras a un mejor mañana; y entre tantos intentos no logramos nada.

[porque]

Somos embusteros que a la mínima provocación osamos lucir mentiras de tinte piadoso, atrevemos a engañar si de ello depende el resto del día, la semana, la cena o una mísera sonrisa; vestimos la moda de la presunción en objetos lumínicos enmascarados de novedad y trascendencia, disfrazamos el odio con la indignación que luego ahogamos en silencio o sufrimos en multitudes enardecidas, pues a la desesperanza siempre le ha venido en alivio reunirse con un grupo igual de destruido, igual de inconforme, igual de retorcido, donde podamos dejar de ser individuos y ser una multitud (¿Quién la comanda?).

Del más obscuro de los vacíos y los silencios (de allí viene), del más profundo temor y amor humano, del más expresivo afán de virtud, en el uso de la voluntad (verdadera), de allí nace el héroe, el mismo que no delega sus acciones a las palabras ni sus palabras a la interpretación, quien no teme la soledad en el exilio o la burla de una multitud sorda, de allí viene el héroe que no comanda ninguna tropa, que no sigue ningún líder, de allí viene el ser imperfecto que fáctico se crea y en cada acto se destruye, de allí viene la única verdad que sostiene.

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