No somos de los que no caen, somos de los que se tiran.

Aquella tarde frente la cruz pediste paz, arrodillado en el templo. Que equivocado estabas, porque debiste pedir revueltas, viveza, movimiento.

Como si la vida no fuese aquello que viene después de cada pequeña muerte, el adolecer y el sufrimiento combatido con voluntad, un dolor ardiendo en las entrañas, quemando la pasividad, clamando por una iluminación que se gana, porque vivir no es gratuito, porque lo gratuito, de facto, es carencia de valor.

Ahora, tras todas esas muertes evitadas el arrepentimiento crece; es momento de negarse a ser quien cae y comenzar a ser quien se tira.




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