Manecillas al hilo.

Contamos los segundos para que transcurra la imposibilidad de que todo va a distintos tiempos. Y nos preguntamos de nuevo cuál era esa pregunta que nadie habrá preguntado nunca. Mientras tanto las manecillas suenan buscando el descanso de ese perpetuo movimiento, y desde el suelo de mi habitación me he vuelto a perder en ese sonido inexistente de las manecillas de un reloj sin pila y pienso que tal vez he logrado detenerlo, y a pausas leves desde mi ventana veo al sol en distintas fotografías.

La primera es la fotografía del alma, la segunda el alma de la fotografía, la tercera el reflejo en mi ventana de la última fotografía del atardecer, y la cuarta es la fotografía del reflejo de mi ventana mostrándome que el alama no tiene un atardecer y no puede ser atrapada con la fotografía del sol cayendo en cada una de las manecillas inmóviles de mi reloj, de ese viejo reloj sin pila que me recuerda que no hay bastantes preguntas y que todas ellas ya fueron hechas y olvidadas como quien olvida la cuenta de los segundos transcurridos desde que la relatividad del tiempo existió.

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