El primer café del día.


No es de miedo encontrarte junto a la alacena, cubierta, no de llanto, solo envuelta.

No es de tristeza hallar una cama sola y fría en medio de la madrugada.

No es de extrañar cualquier treta ofensiva, lasciva o destructiva antes del sermón terminal.

No es de temer una escapada furtiva por la ventana, la policía aquí por la mañana, la venganza traída como carne ofrendada.

No es de miedo encontrarte junto a la alacena esta mañana, ya lo sabía desde la noche pasada, por la sangre en el piso, por las lágrimas derramadas durante la última llamada.

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