Dialéctica de la búsqueda del amor.



Hay quienes esperan encontrar a su amante sentado en un café, tras salir de un concierto, o en alguna fiesta concurrida; hay quienes no esperan encontrar a su amante y van a cafés por las noches sosteniendo un libro que talvez nunca terminaran de leer y con un cigarrillo en la mano buscan de reojo, asisten a los conciertos solos y se inmiscuyen hasta el fondo como verdaderos fanáticos, o van a las fiestas de algún amigo que promete invitar gente muy interesante a la reunión. Pero para el resto de personas, los que no buscan ni esperan el amor y los romances pasan como un dolor de cabeza de un lunes por la mañana y se instalan debajo de la axila como ese olor que penetra la ropa y que luego de una ducha queda en el jabón o en el alcantarillado.

Aquellos que se lavan el desencuentro de amores son los mismos que se preguntan ¿Para qué buscar algo que no se puede encontrar? Si el romance cede a una trascendencia falsa, al falso infinito que hay entre dos diagonales que se cruzan, y que como resultado de una perpendicularidad de líneas temporales siempre resulta en un punto. ¿Será que ese punto minúsculo vale la pena? Si tan solo se pudiera abrir el plano temporal e indagar dentro de ese punto como un infinito que no solo cruza el absoluto de las posibilidades de los amantes, sino que además, cruza todo universo posible, donde los amantes pudieron o no pudieron existir, allí, en ese minúsculo punto ínfimo y despreciable, todos los universos en todas sus dimensiones se cruzan para dejar entrever que un par de seres existen atemporal e infinitamente.

Entonces creer que el amor se puede encontrar o esperar se reduce a la tarea infame de unir puntos a través de un universo de infinitas posibilidades.

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