Ojos que tocan.

Aún recuerdo el sabor de sus ojos al tocarme con su ceguera adolescente. Aun sin saber que recordaría el olor de mi voz cruzando la cocina, mientras los panqués recién horneados de nuestras caricias esperaban bajo las capas de crema batida la hora de la merienda. Aún tengo en mi librero la forma hexagonal de su aliento, la suave piel que cubría su risa encarcelada por la pena, por unas manos inquietas. Aún no sabíamos pronunciar “amor” sin detenernos a suspirar entre letra y letra, dejar quietas las retinas, las lenguas, las camas. Aun el recuerdo me parece bello, como si fuera de ayer, como si hubiera ocurrido en algún momento.

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