De prisiones a calabozos

Salta de la cama fuera del sueño que parecía una pesadilla,
soñó correr por un pasillo enorme, la perseguían.

Gira la perilla, el agua cae sobre su rostro,
se desprende del sabor amargo de las sábanas,
a veces también es su calor insoportable, 
como una cárcel de gotear incesante. 

Toma el bus, el metro, luego un auto, 
la caja de metal con ruedas,
la idea de que cualquiera llega y te apuñala,
no puedes cerrar los ojos, distraer, quitar la mirada, 
tan parecido a un sitio lleno de rufianes, criminales,
una cárcel. 

Se sienta frente a la computadora, mira por horas la pantalla,
está dentro de la pantalla, quiere escapar pero el jefe no la deja, 
quiere escapar pero ahí están: nuevas órdenes, el reloj suena,
recuerda las gotas de sudor, el calor de las sábanas, 
el ventilador del cubículo ha dejado de funcionar, 
-puto ventilador- esto parece un encierro voluntario, 
un encierro vil, ella quiere salir. 

El regreso a la casa, nadie puede salir, no hoy,
el día de de los crímenes de odio, el día igual al resto, 
allá afuera está lleno de rufianes, y catástrofes, y pestes,
allá afuera hay un infierno, allá fuera, aunque el sol brille
hay que estar adentro, hay que estar adentro, 
hay que quedarse adentro, de forma voluntaria,
como la voluntad de no renunciar al trabajo,
como la voluntad de no escapar de la cama antes,
como la voluntad de no gritar en el transporte, 
un palo tras otro palo tras otro palo: ¡no te muevas!
-escucho los medios, las redes me escuchan a mí-
les importo y me quieren, me quieren tanto, 
oh, como cuando las obedezco, 
como cuando me doy cuenta que llevo años, 
oh, tantos años, ¿Cuántos años? 
saliendo y entrando
yendo y viniendo
de prisiones a calabozos. 

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