Algunos soñamos
Algunas veces se tienen pesadillas. Un callejón a mitad de
la noche, una persecución que terminaría en una daga enterrada, un helicóptero
sobrevuela la ciudad, las luces cortas, secas, ásperas y amarillas que iluminan
con pobresa una ciudad decadente, tan desgastada como la baya de metal que se
derriba con una patada y una persecución que no termina al cerrar y abrir los
ojos con fuerza.
Todos hemos experimentado alguna vez la pesadilla, correr
entre luces rojas y azules, cláxones urdiendo sonidos que rebotan en la pared,
como esa tentativa furtiva de dar el salto por sentirse perseguido, o aún peor,
por sentirse atrapado.
Entre el sudor, la madrugada que pesa entre cada una de las
sábanas, el calor arde hasta los huesos, pero es el sudor, la sensación de
salvación, y mientras se espera acorralado debajo de unas escaleras, escuchando
los pasos alrededor, los persecutores se acercan, y uno pide y reza que la
noche se acabe, reza por despertar a mitad de la madrugada, envuelto en sudor,
envuelto en las sábanas de una cama insoportable, envuelto en ese aliento
agitado listo para ungir el grito cuando
la daga se clava hasta lo profundo del estómago.
¿Y si no fuera así? Si cada pesadilla fuera el recuerdo de una
vida acabada en la profundidad de esa daga, ¿qué pasaría si los sueños no
fueran más que recueros en el aire, recuerdos que se toman de alguien más. Y
entonces la persecución, las luces, las sirenas rodeando la calle, las
escaleras, el charco bajo los pies desnudos, y entonces todo ello fuera real,
porque que hay más real que un cuchillo en el estómago, más real que la
sensación de desaparecer, de despreocupación mezclada con la rabia.
Pero las pesadillas no se planean ni se pueden premonizar,
es por ello que uno se desvela, que permanece en la cama hasta que no se puede
más, con los ojos bien abiertas, las cortinas cerradas, las luces encendidas,
quizá un bate de béisbol, quizá un rezo antes de que los ojos por fin se
cierren, rezo que no será para el persecutor, para el asesino, para los pies de
la gendarmería, sino para aquel que espera debajo de las escaleras la última
sentencia.
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