Sobre el suelo la piel
Aquella vez que venías con los ojos
rojos, pensé que eran lágrimas, pensé que era porque en el fondo aún, rencor
viene, rencor va, tu odio se había colado con el verano. Luego me di cuenta,
del odio nació otro amor, no fue el nuestro, que más podrido que frutas de un
mercado a las afueras del pueblo, estaba ya para abono de parcela, para alimentar
a los gatos hambrientos. Porque a mí me encantaba llamarle gato hambriento, tan
sólo de mirar tantas noches tu espalda atiborrada de surcos, como pizarrón
escrito con una rabia por aprender cada uno de los centímetros de tu cuerpo, y
querías fingir que había sido otro gato, el de la dueña, el de los vecinos, y
quisiera saber dónde es que están todos aquellos gatos, hasta la fecha no he
podido ver a ninguno, ninguno que no sea ese gato hambriento que llama por las
tardes, te miro mientras sonríes al teléfono, imagino lo que dirán, cada uno representando
un papel, y ese papel es el de la envidia el de un amor pasajero y mensajero
que no han podido abandonar desde la niñez.
Aquella tarde, porque los
desastres vienen de tarde cuando llegas con los ojos envueltos en ese rojo que
delata la droga más fuerte, he de llamarlos enamorados desde la infancia, y yo,
aquí, casi que de un imperio que no me pertenece, de una casa que ya no es mía,
pues deberías saber que yo también lo sé, y no me apetece llegar por las tardes
a echarte en cara toda la mentira, pues no hay mentira cuando se acepta el
presente, ni engaño cuando se dejan las cortinas abiertas.
Y fue una noche, pensamos que
trabajaría hasta tarde, vi en tus manos sus nalgas, sus manos en tus pechos, la
imagen de figuras milenarias recorrió desde mis pies hasta mi pelo, pero no quise
hablar, en lugar de ello me senté en la penumbra, las luces amarillas
tintineaban en sus curvas, su pelo corto, sus manos largas atrapando cada
centímetro de tu sudor, preparándote una cárcel. Pensé que habría lágrimas,
pensé que luego de que me vieran habría sangre corriendo por el suelo, en su
lugar, los miré, les sonreí, tome la chaqueta de piel, la que me di cuenta que
mantenía en esa casa, la misma que nunca pude negar que amaba.
Comentarios