Un día cualquiera.
Joselo esperaba el autobús en la estación,
debajo de la lluvia. Una chica se acerca empapada hasta los tobillos, se
detiene al lado de Joselo y suspira.
—
Vaya lluvia. De haber sabido no salgo del
trabajo ahora tan tarde.
—
¿Ah?
—
Disculpa, es que es tarde, ya se está metiendo
el sol, ¿Lo ves detrás de esas nubes?
La chica toma su pelo y lo
exprime como si acabara de salir de la bañera.
—
Te ves de verdad empapada.
—
Claro. —Dice ella y se quita la chaqueta para
sacudirla.
—
Nunca te había visto en esta ruta, casi siempre
estoy aquí a esta hora. ¿Eres nueva o sólo estás de paso?
—
¿Nueva en qué?
—
En la ruta, la gente es de rutas y rutinas, que
es casi lo mismo. Esos caminos por los que se pasa día tras día. A veces pienso que es como estar dormido. Sales de casa y te desconectas
de todo, ves a la gente y los carros, te cuidas, pero al final es como si al
llegar al trabajo te volvieras a conectar con el tú de siempre, y al salir del
trabajo es lo mismo.
—
Creo que no te entiendo.
—
Imagina si estuvieras de vacaciones…
—
Eso sí que me gustaría.
—
…Creo que a todos, pero imagina que eres una
turista en esta ciudad, y entonces caminar por las calles se volvería algo por
completo distinto: mirarías con más cuidado a las personas en su rutina,
intentarías integrarte a ellas, y luego comprender lo que pasa por sus cabezas; mirarías las casas de manera distinta, pondrías tu atención en los mínimos
detalles, como las monedas que le entregas al chofer, los asientos, la lluvia,
porque la lluvia aunque no lo creas es distinta en cada ciudad.
—
¿Has estado en muchas ciudades o las estás
imaginando?
—
En algunas, pero siempre me ha parecido que la
lluvia es distinta, tiene un sonido distinto, como el lenguaje, como los
acentos.
— Aja. ¿Entonces pasas aquí a la misma hora
todos los días?
—
Sí, mi nombre es Joselo.
—
Yo soy Miriam. —extiende la mano para saludarlo,
pero él se acerca y la besa en su mejilla, ella se mueve con cautela, casi
dándole la nuca y le pregunta —¿Siempre eres así de sociable?
—
Sólo cuando me sorprende encontrarme a alguien
por aquí.
—
¿Eres un asesino o secuestrador acaso?
Joselo la ve con un ojo cerrado y
pregunta —¿Tú eres adivina acaso?—
Ella mira a su alrededor con una
sonrisa fingida.
—
Llamaré a un policía. Si te acercas de nuevo te
juro que gritaré tan fuerte que…
—
Calma, sólo jugaba. Lo que pasa es que la gente
ya no es sociable.
—
Y menos con personas como tú.
—
Lo siento creo que te asusté, y el sol está por
meterse, ves allá, esa nube enorme y roja, en unos minutos estará oscuro.
Miriam da un paso hacia atrás.
—
¿Piensas correr? —Pregunta Joselo esbozando una
sonrisa —no creo que puedas llegar muy lejos.
Un auto se acerca a la distancia.
Miriam levanta el brazo.
—
Conozco a aquel que viene en el auto. Si vas con
él no te puedo prometer tu seguridad, quédate aquí, esperemos el autobús juntos.
—
Oiga, ¿Me lleva hasta la próxima estación? —Pregunta
Miriam al chofer —le pagaré.
El hombre abre la puerta sin
decir ni una palabra. Miriam sube, el chofer lanza una mirada de reojo por la
ventanilla, Joselo levanta el pulgar y sonríe a medias.
El auto arranca, un rayo cae a la
distancia. Mientras las luces del auto desaparecen, faros alógenos aparecen en el
otro extremo de la avenida. El autobús ha llegado a la estación.
Joselo sube, saluda al chofer de
mano y camina hasta fondo del vehículo donde se encuentra con una vieja
conocida con la que charla el resto del camino.
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