Semana Santa 1
Con un mojito en una mano y en la otra una margarita, una
flor hasta arriba de la margarita, ella luce unos tacones azules y en la piscina
de al lado brilla el sol en un reflejo fuerte, fuertísimo del calor
exorbitante, del olor a cerveza que se desprenden de los alrededores, una
música suave de Motis.
Un pie delante del otro, medio cruzados, a cada paso que
avanza con los anteojos de sol puestos sobre el rostro, una nariz fina,
imposible saber si todos los hombres miran ese trasero que apunta hacia las nubes,
si miran las zapatillas y esperan que ella se resbale en algún momento con el
contoneo de su cintura, no se sabe si la mujer se arrojará con esa extrema dulzura
hasta el fondo de la piscina o alcanzará a alguien para darle esos tragos, no
es que lo mismo les importe a los demás, aunque al final sea mi interpretación,
pero se nota que en algún momento va a hacer algo sorprendente, volará, se esfumará,
se desnudará por completo de ese bikini que es casi como admirar su cuerpo
brillante, muy blanco y brillante ante el sol, y disfruta de su caminar, parce
que pira las nuez alas que su trasero apunta con esa aferrada perfección de las
damas, de las modelos que todos gozan en las revistas, de esta mujer de la que
no sabemos nada, a la que parece que nadie invitó a la fiesta.
Cruza más allá de la mitad de la piscina, deja los tragos en
una mesita entre dos sillas, se sienta en una y la otra espera por una
acompañante, se recuesta, cruza las piernas, levanta la margarita y le da un
trago desde la pajilla. Se baja un poco los anteojos y desde allí explora el
resto del escenario, parece que está buscando a alguien, y un hombre, el velludo
de la esquina se levanta, algo intoxicado por esteroides, un físico corpulento
y tosco que camina muy rápido hasta el lugar, se agacha, la mujer le dice algo,
él se levanta y camina unos metros para alcanzarle un sombrero y luego le pide
tan solo con la mano que se retiré. Sus amigos ríen de él, ahora enrojecido se
sienta, parece hundirse en su asiento, no por mucho tiempo, pues enseguida se
tira un chapuzón y por lo que pude ver, no salió de allí hasta pasado un buen rato, hasta que la mujer se fue.
A lo lejos se levanta un hombre maduro de gafas finas, muy
finas al parecer por la manera en la que camina, y es que pareciera que los
pasos de un vacacionista siempre van acompañados del costo de su vida, el
estilo se lleva en los pies, siempre uno pasado el otro. Esta vez la mujer baja
las gafas y le sonríe; dibujar una sonrisa en el rostro ajeno parecía un buen
inicio, el hombre parece que le pregunta si es que se puede sentar en lasilla
de al lado, ella sin negar no le permite sentarse, le saca un risa, y luego
tora, la mujer parece sonrojada y el hombre se va irguiendo con el paso de las
palabras, muy erguido y casi al borde un canto de victoria se estira la mano a
la chica, ella sonríe y mueve la cabeza de un lado al otro, el hombre, morado
de rabia camina hacia el lobby del hotel, al parecer no podía seguir en el
lugar ni un minuto más, habrá ido a llorar, quizá de vuelta a su casa, porque
el resto del fin de semana se le vio por allí.
Después de aquellos intentos fallidos la mujer había
alcanzado un estatus de diva, era más difícil que alguien pudiera con ella.
Desde la barra se levanta un hombre flacucho y blanquizco que paso desapercibido
por todos, excepto por mí, vi su acercamiento de gusano hasta el lugar de la
chica, aunque para empezar pensé que iba directo al baño, a echarse un chapuzón
a cualquier cosa más. El flaco con gafas de pasta logró lo que ningún otro
hombre había logrado, pudo conseguir el asiento a un lado de ella, aunque la
mujer no parecía divertirse del todo se notaba una expresión de tranquilidad o
quizá era despreocupación, el chico no le hablaba demasiado, se quedó al lado
de ella con la cara al sol, luego de unos minutos pensé que era algún amigo y
que la gran proeza era solo una acometida falsa, un engaño, pero luego el flaco
se arrodilló a su lado, levantó la mano, parecía que le estaba pidiendo algo,
señaló hacia un costado del gran hotel yo imagino que esperaba que ella accediera
a subir a su habitación, pero no, él no podía.
Todos sabíamos que había
una razón para tal rechazo, ella estaba esperando a alguien más y ese alguien
más no estaba entre nosotros. Mi cerveza se había terminado, así que me levanté
hasta la barra del bar, una mujer morena de cejas pobladas y caderas
pronunciadas me sorprendió en la barra, me tocó el hombro y me pidió fuego, yo
no fumo, así que negué con la cabeza y luego me quedé concentrado en lo delgado
de su cintura, aunque no parecía del tobo bella, encendió su cigarrillo y
caminó por un costado de la piscina; no se podía saber si los hombres la
contemplaban, al parecer casi ninguno la notó, silenciosa llegó hasta el
asiento de la mujer blanca, le dio un trago a la bebida y luego se recostó
sobre la cama de la otra chica, la abrazó, la beso, le quitó el bañador, la
acarició, frente a todos nosotros la acariciaba sin ninguna preocupación,
entonces se levantó, le guiñó un ojo y se fue con su bebida y su cigarrillo
dejando a la mujer con una toalla encima contemplando el sol de la tarde.
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