No hay tregua que rinda.
Te rindes a la contienda, sabes que hay debajo de tus
piernas algo más que sólo una guerra.
Los pantalones rotos, entre las piernas y el bajo relieve de un cuadro que
estamos a punto de pintar, de inmediato cierras las persianas, corres escaleras
abajo, pienso que te escondes, hay de ti una huella en la cocina, un olor a
azabache, a azucenas, a guerra florida de colores amarillos, rojos, marrón y
carmín.
Nos rendimos después de la contienda, te escabulles entre
las escaleras, corres con una piedra en la mano, el guardia, la policía, los
antimotines, granaderos, escuderos, esquiroles de la muerte. ¿Quién viene a
suplantarnos? Se llama traición cuando uno no es el culpable.
Me rindo ante la
contienda, he llegado a tu casa esta mañana, no estabas despierta, la llave
bajo el tapete, las escaleras cálidas, la ropa derramada en cada uno de los
peldaños, subimos, yo mi ego y el que se quedó muerto al verte dormida con ese
pelo magnífico en tu cara, yo el que pensó que todo esto eso trataba de hacer
el amor y no de protestarle al prójimo lo que se supone nos pertenece.
¿Quién
nos ha robado el corazón? ¿Quién nos ha robado la esperanza? ¿Quién como en la
cama nos roba a nuestra amada patria?
Si se es capaz de matar al que en la cama, ese otro, que la
maltrata. Quizá ni un minuto de cárcel por escupirle a aquel en la cara.
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