Te lo digo, mi vida.

Éramos adolescentes, la cama lo confirmaba tan bien. Pensábamos que la verdad era la única manera de comunicarse, que las dolencias se apagaban con gritos, que la legalidad no dependía del acto, sino, de un concepto mal trazado, que se podía vivir del después y los proyectos se construían en la imaginación.

Hoy somos quienes se miran al espejo para recordar en cada arruga a los amigos caídos, paseamos las calles [que antes nos vieron correr] al son de una balada nostálgica, el súbito abandono nos hace renuentes, nos ata y desata.

La vida es vieja, el reflejo nos miente, las voces nos confunden, las sombras nos persiguen, las calles nos emboscan, y tú y yo, falsos profetas, nos metemos a la cama en búsqueda de la cura, a sabiendas que no hay peor enfermedad que creerse enfermo.

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