Empáticos.

Somos dolor, y en el fondo de ese dolor perdemos la distinción, tanto como la empatía nos vuelve genéricos y en esa generalidad el dolor ajeno se vuelve nuestro dolor y nuestro sufrir, el sufrimiento del mundo; la empatía de la alegría se ha desentendido, que habría de ella y su poder si lograse un positivo, un contagio de las virtudes humanas, una palabra referencia al logro y la victoria, un empuje que sobresalga a la pena y la caída, una mano estirándose desde arriba y no una palmada en la espalda, qué sería de la empatía si viniera como un invitación silenciosa y no como un grito desesperado por solidaridad.

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