Postergación.

Comenzó aplazando la lectura de ese libro, donde la página asesina seguía sin presentarse.
Las hojas continuaban apilándose sobre el escritorio, una a una, perdiendo su significado, perdiendo todo orden posible.
Apenas miraba la habitación, los viejos tenis, los libros arrinconados llenos de telarañas, acumulando polvo, huía a la idea de acomodar, colocar y ordenar, será el fin de semana, será entonces, decía.
Las ventanas seguían acumulando tierra, que ni el viento ni la lluvia se molestaban en limpiar, capas de tierra, una a una sobre ellas.
Se dio cuenta que nunca volvería a llamar a esos viejos amigos, y no porque sus números telefónicos quedaran enterrados entre las montañas de hojas sobre el escritorio, sino, porque aquello lo haría al final de este mes, o del próximo talvez.
Todas esas tareas se amontonaban en hojas amarillas pegadas a la puerta, a la pared, en la cabecera de la cama, junto al espejo del baño, había tanto por hacer, como ir a buscarla, como encontrarnos en el café, y la comida en deuda que no había podido ser pagada aún.
Los días se unían uno a uno, en una suma catastrófica que no era una estructura, ni una construcción, por el contrario, era la pérdida de fechas y números, eventos irrealizables, encuentros que nunca llegaban, y así un día tirado en la cama recibió una llamada -lo lamento, ella se ha ido -decía una voz ronca. Un tono discontinuo acompañó su sollozo, una habitación llena de ese sonido, la bocina que colgaría al terminar de llorar, ya la colgaría entonces.

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