Vivir desengañados



El juego como todos los juegos era de lo más tramposo, ambos se miraban desde sus escritorios y a la distancia, ambos pretendían no verse, no ser jóvenes y desearse con la fuerza que se escondía debajo de sus piernas, porque a esa edad no hay fuerza que llame más contundencia que la que está debajo. 

¿Eres casado?, le preguntó ella en una ocasión, él sostenía una cerveza, y rara vez mentía, sólo es mi novia, nada que te asuste. Rieron el resto de la noche, despertaron solos cada uno en su respectivo lugar, separados por quilómetros.


Miraban los techos y las calles, a esa larga distancia no pensaban en encontrarse, aquello no era ni una remota posibilidad, entonces miraban a sus novios con el deseo propio sin intercambiar rostros, y allí ni siquiera el uno se atrevía a pensar en el otro, aquello podría ser un engaño del más vil, pero no un engaño para la pareja, más bien un engaño propio, la pérdida de tiempo de estar con uno mientras se desea estar con el otro, así que dejaban pasar los días de forma normal hasta que el lunes muy puntales asistían a ese encuentro disimulado en el que ni siquiera se saludaba, ni una miraba cruzaban pero allí cuando el otro se distraía iban directo a la pasión a la imaginación a sentirse atrapados por ese instante de ilusión que los envolvía y los desataba furioso.


Fue en una fiesta, o quizá un viernes de reuniones con amigos en común ellos estaban solos en la terraza, tenían dos semanas sin hablar y no se supo quién se acercó a quién, la cuestión es que estaban allí mirando la luna, como si no fuera suficiente nadie más los acompañaba, ella se sintió mal, recordaba a su novio con algo de nostalgia, él aunque no pensaba en su novia sabía que ese no era un lugar adecuado, y con ese alcohol en la sangre. Sin saber quién fue el primero en hablar  se encontraban conversando, es difícil, ¿Qué es lo que te parece más difícil?, acercarme a ti, porque te miro y quiero acercarme, cada mañana y no miento, quiero acércame tocar tu cara, y luego me doy cuenta de que me estoy engañando porque algo se me está saliendo de las manos la imaginación quizá, yo a veces pienso en ti antes de dormir y sé que no te deseo, no allí, y digo, eres un paresona de lo más interesante, y claro que a vevces te miro hasta ese otro lado allá lejos donde tienes puesto tu escritorio, pero no hago nada, pues digamos que no pienso nada, y luego llego a la casa, la mayoría de las veces pasa después de estar con mi novio, y me recuesto y antes de dormir imagino como sería, ¿Cómo sería qué?, no seas tonto.


Los dos pretendieron olvidar la conversación, de no haber sido por esos encuentros matutinos a la distancia, allí  en la cafetería de la esquina, por esa mirada a la distancia en la que tan solo, porque la distancia así lo permitía, cuerpos borrosos, formas no muy exactas, que incluso podían haber confundido toda su vida, y ser alguien más, alguien un poco más gordo, y ellos estarían pensando en que aquello era una persona particular, y en realidad ser la imaginación montada sobre el cuerpo de una persona particular, entonces todo se desmontaría como un parque de diversiones clausurado.

La tarde en que lo acordaron fue confusa, ella pasó por casualidad junto al escritorio de él, pero él no se parecía a él, entonces supuso que había salido por un café, así que ella salió también por un café y espero afuera de la cafetería. Sería entonces la pelea con su novio de la noche anterior, algo que la inspiraba a buscarlo, un sueño, el pensamiento por casi un mes consecutivo con la presencia de él, no en la cama desnudo, sólo allí parado a un lado de ella conversando, sin más que hacer, mirando la arena, la playa, tomando cualquier cosa, pero parado a un lado de ella. Era soledad.


Entonces él apareció justo afuera de la cafetería, le confesó que acababa de pasar por su escritorio pero que en su lugar había visto a otra persona, y que pensó que la encontraría aquí justo como la estaba encontrando, aquello para ella eran palabras vacías, pues solo se podía concentrar en la forma de sus labios al hablar, capturada por la emoción de querer juntarse de querer hacer algo más.


Esa tarde lo acordaron, no sería engaño si cada uno vestía y se comportaba como el otro, pero al final cumplirían lo que querían, deshacerse de esos sucios pensamientos en los que cada uno se compartía la noche anterior. ¿Y qué tendría de malo un engaño se preguntaban? Sería un  farsa, los dos concluían al unísono, sería fallarnos a nosotros mismo y entonces mejor terminar con ellos y empezar nosotros dos, pero aquello sería traicionero porque en algún otro momento me pasaría eso con alguien más y no sería capaz de soportarlo, porque hacerlo una vez es tener la capacidad de hacerlo muchas veces, hasta el cansancio, hasta el fin de los tiempos.


Así que cada uno vestiría una máscara impresa a color del rostro de su pareja correspondiente y sin remordimiento harían el amor, tocando los labios carnosos de cada uno de ellos, él los de ella pero vistos a través de la máscara de su novia, ella los de él vistos a través de la máscara de su novio. Todo parecía sencillo.


El plan consistía en que ella pasaría por él a su escritorio, los dos saldrían de allí caminando como si nada, cada uno con la foto del otro, entonces se irían al hotel más cercano, un no tan malo, y se meterían  en una habitación. Luego cada quien se metería a un cuarto distinto, se desvestiría por completo y regresaría sin nada de ropa y con la máscara del otro, nada de palabras, nada de sobre actuaciones, de tal forma que al terminar cada uno regresaría las cosas a su estado anterior y saldrían del hotel para irse a sus respectivas casas.


El procedimiento era tan sencillo que nada podía salir mal, ella se acercó al escritorio de él, pensó primero que todo era una broma, desde el primer encuentro, el balcón, compartir esas palabras a la luz de la luna, el café de todos los días, el plan de ahora, la noche de ahora, la ilusión era lo que más dolía. Le preguntó de nuevo a la persona del escritorio si ese era el escritorio de alguien más, qué donde estaba el chico que todos los días se sentaba allí, el hombre, que nada se parecía al chico le respondió que desde los últimos veinte años él se sienta allí y que debe de estar ella en un error. 


Entre lágrimas la chica salió hasta la cafetería que a esa hora estaba cerrada, se sentó por unos minutos a reflexionar en lo ocurrido a entender por qué las cosas e habían salido tanto de control. Luego de un rato, cuando la noche se volvió más profunda se levantó y caminó a casa. Minutos después, cuando ella había desaparecido por las calles el chico se presentó a la cafetería, pensando entonces en porqué la chica no había llegado, en qué momento se había ido, se juró que al otro día caminaría directo a su escritorio a reclamar todo lo no ocurrido a culparla porque esas ganas no las podría apagar tan fácil y a ella tal vez jamás se la podría sacar de la cabeza.

Comentarios

Entradas populares