Apuesta.

Mercedes llegó hasta la puerta, el chofer le entregó la llave y él subió como de costumbre, sonrisa en cara, manos en confianza, tarjeta con crédito suficiente.

Única parada nocturna, las luces de un anuncio espectacular de nombre extravagante el cual incluye la palabra diversión.

Las maquinas tragamonedas ya sonaban a revuelo, la gente copeaba una y otra vez en una sonrisa enfermiza, desde la puerta de su vientre el retortijón comenzaba como un murmullo.

Las apuestas iban subiendo, el crédito a pesar de disminuir en substanciosas cantidades seguía manteniéndose en lo necesario para la diversión. Dos whiskys, algunos coñacs, por qué no un ron de buena calidad, risas por aquí, gritos y euforia desde el segundo piso en donde la gente perdía inverosímiles cantidades.

El retortijón pasó a nivel de espanto, el susto a dolor de cabeza, la mañana iniciaba sus primeras luces con el frío sonido del despertar humano, las maquinas encendidas sin ningún cambio, la gente maltrecha y en fuga constante con los bolsillos vacíos, la alarma desde el estomago, la alarma desde un punto desconocido de la conciencia, la alarma de un automóvil que se llevan, la alarma de una ambulancia que se acerca, la alarma de una vida inútil que se paga.

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