La piedra en la plaza.

La piedra no le dio en la cara, él apuntó directo al rostro y con premeditación instintiva lanzó al aire en aquella cancha de batalla. Rompió un trozo de la acera, sus mandos blandas encontraron la solides que sus convicciones le exigían, levantó ese trozo de venganza y tiró a la multitud de uniformados con toda su fuerza. Los perros guardianes del poder los oprimieron en un círculo, digno de las mejores estrategias antimotín, de algún libro abran sacado eso -pensó al mismo tiempo que sonreía, tomó el tubo en sus manos y golpeó el piso. Los gritos fueron suficientes, para que el poder temblara y trajera a sus infiltrados, sucios traidores con máscaras de civiles, los perros guardianes enfilaban hacía la plaza central, nosotros, los infundados alborotadores que no podemos tolerar más esta burla, nos agazapamos espalda con espalda en a la espera del choque.

Cuánto deseaba que la piedra diera con su brazo o su espalda, que se embarrara en el escudo de plástico que aquel llevaba al frente. Cuánto deseaba, que mis hermanos dormidos salieran de sus casas, gritaran de nuevo, defendieran a su causa, por qué sí, aunque no griten ni simpaticen esta también es su causa. Cuánto deseaba que este día, la pesadilla, la vida indigna, terminara al chocar esa piedra contra su cara.

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