Laberintos del habla.

Hablar es formar laberintos, y como haría un mago, ocultar la realidad a quien escucha. No sólo se trata de ocultarla y arrojarla al sótano de lo reciclable; es tomar la verdad -lo que de ella se pretende- arrojándola hasta el fondo y a partir de allí, de forma discreta, ir trazando caminos, hilándolos y tejiéndolos como una sopa de letras.

El lenguaje siempre es críptico, un doble sentido; el habla es un camino de puertas cerradas, de locaciones sin mapa, y allí, en ese otro sentido: vista, tacto, oído, olor o sabor; lleva el mapa a descubrir el resto, a encontrar la ruta adecuada para hallar lo que no se contienen las palabras; lo que esconde el texto.

Hay aquellos que viven perdidos, y en una espesa niebla de desconocimiento no se dan cuenta, que lo que hay en el texto -lo que se habla, lo que se dice- no es ni más ni menos que una minuscula parte de lo que se quiere expresar, y allí radica el juego del habla: descubrir laberintos, aprender el truco del mago.

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