Quebranta el molde

Ningún titulo en la cartelera parecía interesante, contó las monedas de su bolsa, y el recuerdo se construyó a cuadros diminutos, la escena calló en su mete:

Se mueve apresurado, camina tres pasos entre la multitud y la música lo acosa, se le mente el sonido de la guitarra, el de un bajo raspado, la batería retumba en su pecho, y el corre hasta el escenario.

Un gordo enorme se atraviesa frente a él, caso omiso a tal intervención.

La música terminó, el salió a la avenida, le ofrecieron llevarlo, quedaba de camino —Sube, te dejamos cerca — y se fue con ellos. La noche lo envolvió, y una alegría le desbordo por dentro, sonrió y sacó la cabeza por la ventana, justo cuando lo invadía la libertad la escena calló en su mente.

El motor se apaga, baja el conductor y el copiloto, abren la cajuela, —¿que sucede?—. El silenció se hace en los pasajeros —Voy a ver en que puedo ayudar— Los autos pasan por su lado, ahora todos revisan el veículo —¿alguien sabe algo de mecánica?— La angustia crece, la noche cae, y el reloj coloca su manecilla sobre el número doce.

Baja del auto, entre murmullos de anticongelantes y aceite —¿A donde va?— Camina tres pasos y la soledad lo envuelve interminablemente —Oye, espera nada más encontramos el problema y te llevamos— Nadie niega que sea irreparable, nadie sabe repararlo, él se desaparece entre las calles.

El ambiente era tan frío y seco, los carros corrían por la avenida, luces de semáforo que le cedían el paso, la noche parecía mágica, decidió que todo había sido bueno y quería terminar su aventura igual, volteo hacia atrás, una camioneta pasa a toda velocidad, y luego un auto frente a él.

Nadie puede explicar esa sensación de amargura desolada, la tristeza eterna, desesperación acompañada de ese ligero sentir que te hace dejarte llevar, dejarte ir y volar por así decirlo.

El suelo, sangre, tirado sobre la acera, y un arma que se ve tragada por el auto yendose a toda velocidad.

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