Historia para dormir (en vez de escapar).

Ay la vergüenza, hermanos, qué es del pudor, de lo último en el cuerpo de un humano, de ese santuario perpetuo, de la idea de lo inmutable, del límite moral, del placer venidero.

Sé sonará confusa la mezcla de palabras que bien parecerían haber sido lanzadas al azar, pero miren que es todo lo contrario, hoy he visto sucumbir el cuerpo de una mujer ante la pasión, ante el pecado último del humano, he visto usar su cuerpo para darse placer, para llevarse ella misma al extremo de la injuria. Hoy la he visto y no vengo aquí nada más que a lamentarme, a arrojar una piedra contra la pared, a soltar una lágrima por la humanidad.

Hoy la he visto, retorciéndose en el suelo, con los ojos echados hacia atrás, su cuerpo se estremecía sin que ella pudiera detenerse, el párroco de la iglesia se acercó; un exorcista, un exorcista -grito con vehemencia, mientras la enfermera lo sostenía del brazo evitando que se arrojase contra la chica, eso es una convulsión padre -dijo ella esperando se detuviera pronto, la gente se acumuló de a poco, pasaron quince largos minutos hasta que dos oficiales de policía llegaron a la escena, ya para entonces el rostro de la chica lucía azul, su mueca era más la de alguien que busca salir de sí que la imagen del placer, uno de los oficiales la levantó, apenas dio dos pasos la mujer volvió al suelo; luego de cinco minutos de suspenso y agonía lograron llevar a la chica dentro de la ambulancia, le ataron las piernas, le sujetaron la cabeza a la camilla y por último le desprendieron la jeringa de su brazo necrótico.

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